EDITORIAL
A PROPOSITO DEL PARO NACIONAL AGRARIO
Daniel Libreros Caicedo
La deplorable situación que actualmente vive el agro colombiano es el resultado de la historia del despojo campesino realizado de manera violenta por latifundistas asociados con el terror de Estado que terminó por producir el agro con la mayor concentración de la tierra en la región, combinada, actualmente, con la crisis que el control de las grandes empresas transnacionales agrícolas ha abierto en los países dependientes bajo las imposiciones de la globalización neoliberal que en el país ya han llegado a la fase de la destrucción de la producción endógena de alimentos.
Por ello, el paro nacional agrario ha ganado una gran legitimidad en la población rural. En Boyacá y Cundinamarca en donde reside el campesinado minifundista que produce la mayor cantidad de bienes de la canasta familiar básica de los colombianos, el paro ha impactado en municipios y veredas incluyendo las ciudades capitales, tal y como lo confirmaron los cacerolazos masivos y solidarios en Tunja y Bogotá y sus poblaciones circunvecinas, caso Fusagasugá, Zipaquirá y Mosquera. Los campesinos del Páramo de Sumapaz bajaron en masa hasta la Localidad de Usme acompañando las movilizaciones nacionales.
En el Huila, Cauca y Nariño, el descontento del pequeño productor cafetero, quien no hace parte del comercio formal del café y que a causa de ello ha quedado excluido del giro del llamado PIC (Protección del Ingreso Cafetero) subsidio pactado con el gobierno al finalizar el paro cafetero de principios del año, sirvió de acicate a la convocatoria de movimientos amplios de rechazo a la política gubernamental. Llama la atención que en el caso del Huila estas protestas rurales han logrado articularse con las reivindicaciones sociales en contra del control de las transnacionales sobre el territorio, control ejemplificado recientemente en la destrucción de las semillas orgánicas ordenado por el ICA en el municipio de Campoalegre y por el desplazamiento continuo de los pobladores en el área en donde se construye la represa de “El Quimbo”. En Caquetá, Putumayo, Meta, Arauca y Guaviare, zonas de reciente colonización, las exigencias de infraestructura, electrificación, agua potable que confrontan el abandono secular del Estado, constituyen el eje de la protesta. A la protesta se suman las comunidades indígenas que entienden que la inversión transnacional destruye sus territorios.
La jornada logro asociarse con otros conflictos sociales que siguen sin resolver como los transportadores, los trabajadores de la salud, los estudiantes universitarios y los maestros. Igualmente propició movilizaciones urbanas que expresan principalmente la desesperanza juvenil lo que quedó graficado en los casos de Bosa, Suba y Ciudad Bolívar. Sin embargo, la gran dificultad de este paro se encuentra en la incapacidad de conseguir una dirección centralizada del mismo. Son tres los pliegos petitorios que circulan en medio del movimiento. El de las llamadas “dignidades” (cafetera, papera, lechera) que propende por la “defensa de la producción nacional frente al libre comercio” orientada bajo una estrategia de conciliación de clases con el empresariado rural y los de la Coordinadora Nacional Agraria (CNA) y la Mesa de Integración Agraria (MIA) que articulan principalmente las reivindicaciones de la pequeña y mediana producción agraria y el colonato en la perspectiva de una organización económica territorial alterna a la de la ruralidad definida por el capitalismo dependiente . Más allá de que esta división de reivindicaciones aparece como el resultado de influencias particulares de organizaciones de izquierda sobre sectores del campesinado, la causa de este fraccionamiento debe buscarse en la debilidad orgánica y política de los pobres del campo. Durante las últimas décadas presenciamos la disolución de la ANUC –Sincelejo, último intento nacional de centralización gremial del campesino pobre y el debilitamiento del sindicalismo agrario a manos del terror de Estado y la cooptación. Este antecedente determina la dispersión sectorial y territorial de este paro agrario.
El gobierno de Santos es consciente de esta situación. Por ello, además de la forma brutal en que ataca la protesta dejando una secuela de muertos , heridos y judicializados, además del despliegue militar nacional con 50.000 efectivos para impedir bloqueos solo acepta negociaciones sectoriales. De hecho, esta táctica ya le produjo resultados con los mineros y los indígenas en Nariño y ahora se focaliza en conseguir la negociación en Boyacá y Cundinamarca para luego darle tratamiento de “terroristas”a las movilizaciones restantes. El reto que se desprende es grande. La izquierda y el movimiento social deben propugnar de manera inmediata por la unificación de las protestas y por conseguir una sola mesa nacional de interlocución con en el Estado. Esto en lo inmediato, porque en el mediano plazo de lo que se trata es levantar propuestas que recuperen la organización nacional y la capacidad de lucha de los pobres del campo.
Tomado de Revista Izquierda
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